La contribución de Jonás

La escuela de Jonás

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Todos los alumnos estaban concentrados en su examen de geografía. El silencio era profundo, tan sólo interrumpido por el ruido de algún lápiz sobre el pupitre de madera envejecida por el paso del tiempo y el maltrato de generaciones. A veces también se escuchaba cómo algún chico se rascaba su cabeza, como queriendo estimular las neuronas bajo esa cabellera extremadamente corta porque el director les había obligado a cortarse el pelo casi al cero, “para evitar piojos y otros bichos” decía.

Alumnos en un exámen...por fin llegó la paz

La maestra, la señorita Puri, leía un libro.  De vez en cuando levantaba su mirada por encima de las gafas para escrutar a los chicos. Algunos se frotaban las manos para hacerlas entrar en calor y escribir sin tembleque, otros las metían unos segundos entre sus sobacos o bajo sus muslos. Todos ellos estaban abrigados, el frío en el exterior era intenso y la escasez obligaba a tener la calefacción a unos niveles casi testimoniales.

 

De repente, el ruido de un estrepitoso viento rompió aquel silencio monacal. Todos se giraron hacia el origen de aquella flatulencia, que no era otro que Jonás, un chaval gordito porque como era de buena familia no escaseaban en su casa todo tipo de alimentos. Unos segundos después, un timbre como los de las bicicletas tintineó dos veces dentro del armario próximo a los percheros.

Un ruido "curioso" quebró el silencio de la clase

La señorita Puri se quitó sus gafas y las dejó sobre la mesa. Se levantó de su asiento con parsimonia y cogiendo una regla de madera de treinta centímetros se acercó hasta el pupitre de Jonás. Poniéndole la mano libre sobre su hombro y gesticulando con la otra, dijo al resto de la clase:

Chicos, ¿os habéis dado cuenta de lo que ha hecho Jonás?

—Siiii, contestaron todos al unísono.

Deberíais aprender de él y estarle muy agradecidos. Con su contribución de estos últimos días, podremos encender la calefacción durante una semana más.

 

En medio de los vítores y aplausos a Jonás la maestra se dirigió al armario y lo abrió haciendo palanca con la regla, porque hacía tiempo que el pomo se cayó de viejo. Allí estaban los depósitos de cada uno de los alumnos. 

Desenroscó el que acaba de llenarse y lo reemplazó por uno vacío. Hacía varios años que un decreto ley obligaba a todos los escolares a ponerse una especie de máscara bajo sus posaderas. 

Una boquilla, que sobresalía por un descosido de sus pantalones, se conectaba a la tubería bajo sus bancos que acababa en las bombonas donde se recogían sus ventosidades. Y es que después de la quinta guerra mundial, en la España del siglo XXII, las únicas energías posibles, son las alternativas.

 
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